Hace 12 años tuve que buscar trabajo. Todo empezó preguntándome para que era buena en ese momento y buscando en el “aviso oportuno”. Encontré un anuncio que decía: -Se solicita maestro de física-. No era a lo que pensaba dedicarme, pero era algo que me gustaba y que creía era capaz de hacer.
Me presenté a la entrevista y con la presentación de una clase se decidía quien podía ocupar el lugar. De manera sorpresiva para mi, el puesto fue mío, a pesar de que la mayoría de la gente que ahí estaba eran físicos o ingenieros, y yo solo una estudiante de biología en el primer semestre.
Me dieron la oportunidad y con toda mi energía puesta en esta labor empecé mi trabajo como docente en una escuela que predicaba la filosofía Freinet como método de enseñanza. Por supuesto una institución no puede seguir una filosofía al pie de la letra, ya que ésta se encuentra basada en circunstancias históricas y sociales que no eran las mismas en el caso de esta escuela, así que puedo decir que es una institución que tomaba un poco de todo y sobre todo de su propia experiencia para generar su propia filosofía.
Durante esta etapa lo que me motivaba al preparar mis clases era una idea básica: ¿Cómo me hubiese gustado a mi que me enseñaran esto? Y de esta manera hice mi trabajo durante 4 años.
La gran ventaja es que tenia 19 años y eso me daba una presencia jovial que mis alumnos aprovecharon para convertirme en su confidente.
En esa lucha contra un sistema educativo con el que no comulgaba, y aun con la ventaja de tener una institución que apoyaba mis ideas, mi desempeño se vio lleno de tropiezos con la secretaría encargada de regular los procesos educativos en este país.
Mi visión era clara: No me importa que se aprendan las cosas, la memoria suele fallar, lo importante es que entiendan los mecanismos mediante los cuales se llevan a cabo los procesos físicos, y cuando se enfrenten a un conflicto tengan las herramientas para saber donde buscar los conceptos que los ayudarán a resolverlos.
Con el paso del tiempo me gané la confianza de mis alumnos, y eso permitió que alejaran de ellos la idea de que era una maestra y me tomaron como una guía, una persona que no sabía todo, pero con su poca experiencia podía ayudarlos a cuestionar el mundo. Y justo esa fue mi misión, enseñarles que el sistema nos obliga a separar las materias, pero ante un problema no podemos encontrar la respuesta en la física, la química, la biología o las matemáticas, sino enfrentarlo con todos los conocimientos básicos que adquirimos y tratar de resolverlo. Creo que los enseñe a pensar, a desmoronar los problemas, a cuestionar sus propias hipótesis, y sobre todo a cuestionar el sistema.
Mi alegría fue inmensurable cuando descubrí que ahora eran capaces de hacerlo. Y así, mi primera generación egreso del sistema básico para ingresar a la preparatoria.
De repente, esa generación de la que yo estaba orgullosa empezó a buscarme para pedirme consejo ante todas las incongruencias contra las que se enfrentaban en sus nuevas instituciones: maestros que no te permitían opinar, compañeros a los que no les importaba el método de enseñanza, adultos que no aceptaban sus errores, reglas absurdas que no podía ser cuestionadas… un sin fin de conflictos ante los que se sentían impotentes.
Mi consejo siempre fue la tolerancia y la inteligencia; no encontré otra manera mejor de enfrentarlo. Traté de explicarles lo importante que era ser prudente y que sólo era un medio para alcanzar un final, que en ese lugar no iban a estar toda la vida, pero que era un paso necesario, así que era mejor pasarlo de la manera mas tranquila.
En ese momento me enfrente ante la responsabilidad de cambiar visiones. Encontré gente que logro superarlo, e incluso encontró o desarrollo la habilidad de la diplomacia de manera impresionante, pero de la misma manera encontré gente que no logro concretar esa etapa y se llenó de rabia ante un sistema que no pudo comprender, ese mismo sistema que hasta la fecha yo no entiendo, que tanto critico con nuevas propuestas sin que estas sean escuchadas. Ese mismo sistema al que pertenecí y sigo perteneciendo, que quiero cambiar y cuya lucha no he abandonado.
Pero esta experiencia me ayudo a entender esa enorme responsabilidad de cambiar visiones, la responsabilidad que conlleva enseñar a la gente a pensar, a cuestionar, a involucrarse, a pesar de la frustración que esto puede traer.
Me siento y declaro responsable de la gente que no pudo concluir este paso, me siento y declaro responsable de no haber tenido las respuestas acertadas ante sus interrogantes y de no haber motivado en ellos mis ideas de tolerancia.
Y aunque esa responsabilidad es enorme, no pienso quitar el dedo del renglón, porque se que con el paso del tiempo y conforme mi experiencia sea mayor, cada vez encontrare mas respuestas ante las interrogantes de la gente a la que he logrado cambiarles la visión de las cosas.