Poco a poco la sombra del planeta Tierra se va proyectando sobre la Luna. Ese pedacito de materia que después de poco mas de 28 días ya ha dado la vuelta a un planeta que consideramos nuestro. Siempre dando la misma cara, siempre enfrentando al planeta con el mismo rostro que, cuando está completo, brilla mucho más que cualquier otro astro que pueda estar en la noche sobre nosotros. Y así puede galardonarla, solo una vez, cada poco más de 28 días.
Ese intenso brillo de una Luna llena puede motivar al Mar. Ese Mar que se mueve de manera constante, que no puede estar tranquilo y solo está feliz si está en todos lados. Ese Mar que puede enojarse tanto de repente, que explota, que puede dar serenidad con su presencia. Ese Mar digno de admirarse; tan inmenso, tan sereno, tan sabio…
Y la Luna con su brillo pleno puede hacerlo crecer, hacerlo subir más allá de lo que él puede, y así crear un conjunto de sonidos, mareas mucho más altas llenas de olas que irrumpen el silencio que acompaña siempre a la noche, que acompaña siempre a la Luna. Y es un éxtasis en conjunto, una armonía entre dos entes maravillosos por si solos, dónde cada uno desempeña esa acción fundamental en la Tierra.
Y así, la Luna tiene que seguir su ciclo, y empezar a desvanecerse en el cielo. Poco a poco la Tierra, envidiosa, va aumentando la sombra que proyecta sobre ella. Y en ese paso la Luna se siente perturbada, está triste por el hecho de ir perdiendo su luz. Y así es, un ciclo constante donde la Luna y el Mar pueden estar juntos y disfrutarse uno a otro, una vez cada poco más de 28 días.
Y la Luna comienza a menguar, hasta que se convierte en una Luna a medias, una Luna que no está completa, pero tampoco esta vacía. En ese punto donde la Luna puede reflexionar sobre su llanto y darse cuenta que la esperanza de estar de nuevo en conjunto con su amado Mar la hace seguir ahí, siempre dando la misma cara, siempre enfrentando al planeta con el mismo rostro. Y esboza una sonrisa; sonríe al darse cuenta que es algo inevitable y pronto podrá estar con su amado Mar de nuevo. Sin embargo la tristeza la invade, la Tierra la eclipsa por completo y la Luna se apaga, y la noche se queda sola, sin Mar agitado para darle música y sin luz de Luna para alumbrarla.
Y el ciclo sigue, es algo inevitable. De nuevo la Luna empieza a tener luz, y ahora siempre está sonriente, porque sabe que el tiempo que falta para llegar a su amado Mar es poco, porque sabe que cada día falta un día menos para poder disfrutarse el uno al otro, y así puede empezar a sentirse plena de repente, hasta pueda tener toda la luz de nuevo, llenarse por completo y estar en conjunto con su amado Mar; y disfrutarse y armar de música y luz a la noche. Y todo vuelve a ser bello. Para la Luna el hecho de poder disfrutar ese estado es más que suficiente para seguir viva, para seguir aquí, siempre dando la misma cara, siempre enfrentando al planeta con el mismo rostro.
Sin embargo la Luna lo único que anhela es poder estar con su amado Mar por siempre, ese amado Mar que tanto admira, que tanto ama, que puede hacerla brillar intensamente, que puede serenarla con su presencia y arrancar una sonrisa con tan solo pensarlo cada vez más cerca, hasta que la distancia sea tan corta que una sonrisa no sea suficiente, que el brillo pleno de la Luna obligue al Mar a subir mas alto y sentir ese éxtasis en conjunto, y disfrutar viéndose uno a otro totalmente plenos, cambiando las condiciones naturales del mundo con esa unión. Y aunque la Luna lo sabe, lo anhela, lo anhela más que nada, más que cualquier sueño que haya podido tener antes. Y este es ahora el sueño de la Luna.
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