Siempre he dicho que la gente en ésta ciudad no suele ser amable, y con el miedo generado por vivir en una de las ciudades con un índice delictivo alto, la gente ha perdido la capacidad de saludar al vecino, de dar los buenos días, de conceder e incluso responder una sonrisa a alguien que va pasando… esta ciudad se ha vuelto impersonal.
Este fin de semana, mientras esperaba en la parada de camión ubicada frente a un muy conocido centro comercial, una camioneta gris se estacionó frente a mi. De ella salió un chico que se acercó a la parada en donde pacientemente esperaba a que mi amiga pasara por mí y pregunto:
- ¿Has visto un Jetta por aquí? -
- mmm, no, tiene poco que llegué y no he visto ningún Jetta. –
Entonces el chico volvió a su camioneta, puso las intermitentes y regresó para sentarse a mi lado. Mientras yo seguía mirando a la calle esperando reconocer el auto de mi amiga, una voz interrumpió mis pensamientos y nuevamente era este chico dirigiéndose a mí:
- ¿Veniste a Perisur? -
- No, en realidad estoy esperando a alguien –
- ¿Esperas a tu galán? -
- No, espero a una amiga. -
- Pues los del Jetta me estaban esperando aquí, pero creo que llegue un poco tarde ¿tu esperarías una hora? -
- No, en realidad no. Soy muy desesperada y si algo no me gusta es la impuntualidad. -
Mientras esta conversación sucedía, por mi cabeza pasaban muchas cosas, tenia mucha desconfianza y en realidad llegué a sentirme incómoda. Después de una pausa él volvió a hablar:
- Dicen que no se debe hablar con desconocidos ¿no? -
Evidentemente había notado el tono cortante de mi voz cada vez que respondía a sus preguntas
- Pues no es que no se deba, mas bien es extraño ¿no crees? -
Y de ahí seguí contándole mi idea de esta ciudad impersonal donde la gente no se saluda…
- ¿Y tu amiga es puntual? -
- En realidad si, pero acaba de mandarme un mensaje para avisarme que se le hizo un poco tarde pero que ya viene en camino –
- ¿Puedo entonces invitarte un café? –
- No creo, en realidad tengo que esperar aquí a mi amiga –
- Ok, pero en otra ocasión ¿podría invitarte un café? –
Y así pasaba el tiempo. Él preguntando que hacía, a que me dedicaba, de donde era, y yo respondiendo de manera muy concreta y regresándole las preguntas. De alguna manera rogaba que mi amiga llegara pronto. Después llegó el momento incómodo en donde él me pidió mi teléfono. Con el afán de no ser grosera lo que hice fue darle el teléfono del laboratorio y le dije que ahí estaba todo el día. Por supuesto me preguntó el numero de mi celular y no supe como decirle que no quería dárselo, por lo que le pedí que me marcara y así ya tenia registrado su número también, así si el llamaba podría no contestar sabiendo que era él. Me pregunto también el número de mi casa pero le dije que no tenía. Pasaron cerca de 15 minutos y el decidió irse porque dijo que las personas ya no iban a llegar, se despidió y pidió permiso para llamarme. Si ya le había dado mis teléfonos era un poco absurdo que le dijera que no me llamara, así que accedí. A los pocos minutos llegó mi amiga y pude sentirme “a salvo”.
Debo confesar que fue una situación incómoda, que pasaron mil cosas por mi cabeza, pero sobre todo había un gran conflicto entre mi razón y mis instintos. El instinto luchaba diciéndome todo el tiempo que no era bueno hablar con extraños, y la razón me cuestionaba: si no te gusta que la gente en esta ciudad no sea amable…¿Por qué huyes a hablar con él?
Al otro día, mientras realizaba las labores hogareñas, sonó mi celular y era él, preguntándome si se me ofrecía algo e invitándome a tomar un café en la semana.
Hasta ahora, la lucha entre mi razón y mis instintos no ha cesado