lunes, 29 de agosto de 2011

Ciudad Impersonal

Siempre he dicho que la gente en ésta ciudad no suele ser amable, y con el miedo generado por vivir en una de las ciudades con un índice delictivo alto, la gente ha perdido la capacidad de saludar al vecino, de dar los buenos días, de conceder e incluso responder una sonrisa a alguien que va pasando… esta ciudad se ha vuelto impersonal.

Este fin de semana, mientras esperaba en la parada de camión ubicada frente a un muy conocido centro comercial, una camioneta gris se estacionó frente a mi. De ella salió un chico que se acercó a la parada en donde pacientemente esperaba a que mi amiga pasara por mí y pregunto:

- ¿Has visto un Jetta por aquí? -

- mmm, no, tiene poco que llegué y no he visto ningún Jetta. –

Entonces el chico volvió a su camioneta, puso las intermitentes y regresó para sentarse a mi lado. Mientras yo seguía mirando a la calle esperando reconocer el auto de mi amiga, una voz interrumpió mis pensamientos y nuevamente era este chico dirigiéndose a mí:

- ¿Veniste a Perisur? -

- No, en realidad estoy esperando a alguien –

- ¿Esperas a tu galán? -

- No, espero a una amiga. -

- Pues los del Jetta me estaban esperando aquí, pero creo que llegue un poco tarde ¿tu esperarías una hora? -

- No, en realidad no. Soy muy desesperada y si algo no me gusta es la impuntualidad. -

Mientras esta conversación sucedía, por mi cabeza pasaban muchas cosas, tenia mucha desconfianza y en realidad llegué a sentirme incómoda. Después de una pausa él volvió a hablar:

- Dicen que no se debe hablar con desconocidos ¿no? -

Evidentemente había notado el tono cortante de mi voz cada vez que respondía a sus preguntas

- Pues no es que no se deba, mas bien es extraño ¿no crees? -

Y de ahí seguí contándole mi idea de esta ciudad impersonal donde la gente no se saluda…

- ¿Y tu amiga es puntual? -

- En realidad si, pero acaba de mandarme un mensaje para avisarme que se le hizo un poco tarde pero que ya viene en camino –

- ¿Puedo entonces invitarte un café? –

- No creo, en realidad tengo que esperar aquí a mi amiga –

- Ok, pero en otra ocasión ¿podría invitarte un café? –

Y así pasaba el tiempo. Él preguntando que hacía, a que me dedicaba, de donde era, y yo respondiendo de manera muy concreta y regresándole las preguntas. De alguna manera rogaba que mi amiga llegara pronto. Después llegó el momento incómodo en donde él me pidió mi teléfono. Con el afán de no ser grosera lo que hice fue darle el teléfono del laboratorio y le dije que ahí estaba todo el día. Por supuesto me preguntó el numero de mi celular y no supe como decirle que no quería dárselo, por lo que le pedí que me marcara y así ya tenia registrado su número también, así si el llamaba podría no contestar sabiendo que era él. Me pregunto también el número de mi casa pero le dije que no tenía. Pasaron cerca de 15 minutos y el decidió irse porque dijo que las personas ya no iban a llegar, se despidió y pidió permiso para llamarme. Si ya le había dado mis teléfonos era un poco absurdo que le dijera que no me llamara, así que accedí. A los pocos minutos llegó mi amiga y pude sentirme “a salvo”.

Debo confesar que fue una situación incómoda, que pasaron mil cosas por mi cabeza, pero sobre todo había un gran conflicto entre mi razón y mis instintos. El instinto luchaba diciéndome todo el tiempo que no era bueno hablar con extraños, y la razón me cuestionaba: si no te gusta que la gente en esta ciudad no sea amable…¿Por qué huyes a hablar con él?

Al otro día, mientras realizaba las labores hogareñas, sonó mi celular y era él, preguntándome si se me ofrecía algo e invitándome a tomar un café en la semana.

Hasta ahora, la lucha entre mi razón y mis instintos no ha cesado

lunes, 22 de agosto de 2011

El método científico


"El método científico, a pesar de su sencillez esencial, ha sido obtenido con gran dificultad y aún es empleado por una minoría, que a su vez limita su aplicación a una minoría de cuestiones sobre las cuales tienen opinión. Si el Lector cuenta entre sus conocidos a algún eminente hombre de ciencia, Acostumbrado a la más minuciosa precisión cuantitativa en los experimentos y A la más abstrusa habilidad en las deducciones de los mismos, sométalo a una pequeña prueba, que muy probablemente dará un resultado instructivo. Consúltele sobre partidos políticos, teología, impuestos, corredores de rentas, pretensiones de las clases trabajadoras y otros temas de índole parecida y es casi seguro que al poco tiempo habrá provocado una explosión y le oirá expresar opiniones nunca comprobadas con un dogmatismo que jamás desplegaría respecto a los resultados bien cimentados de sus experiencias de laboratorio.

Este ejemplo demuestra que la actitud científica es en cierto modo no natural en el hombre."

Bertrand Russell, 1949.

jueves, 18 de agosto de 2011

Lo que digo es lo que pienso...

Estando en casa sumergida en mis pensamientos decidí poner un disco, solo para acompañar el momento. De repente y de la nada puse atención a una de las frases de la canción que en ese momento tocaba:

Mis pensamientos se enfocaban en el conflicto de que no he podido decir lo que siento.

Estamos inmersos en un mundo en donde decir lo que sentimos no siempre es bueno. Antes de expresarlo damos miles de vueltas en nuestra cabeza tratando de ver si es la manera correcta de decirlo, si al decirlo se puede prestar a una mala interpretación, si no herimos a nadie…

¿En qué momento decidimos como sociedad que hay que saber decir las cosas?

Si tenemos frío pedimos un suéter, si tenemos hambre pedimos comida, si tenemos sed, pedimos algo de beber… estamos haciendo uso del lenguaje para expresar una necesidad, y eso es demasiado fácil, pero ¿por qué demonios tenemos que callar lo que sentimos?

Una mezcla entre pudor y miedo nos limita, esa mezcla me limita.

No me he permitido decir todo lo que siento, me da miedo preguntar sobre lo que pasa, y lo mas probable es que el miedo sea sobre la respuesta.

Hace poco alguien me dijo:

-No preguntes cosas con cuya respuesta no vas a poder vivir-

En este momento no se si prefiero conocer la verdad o si es mejor vivir con la incertidumbre.

miércoles, 17 de agosto de 2011

¿ya despertó, mamá?


A tempranas horas por la mañana el servicio de transporte público siempre está saturado, y puedes ver a lo largo de las calles gente que parece adorna los microbuses y camiones tal cual esferas colgadas en un árbol de navidad.

Entre el caos que genera tantos autos y gente a esa hora por la mañana, no ves más que caras con sueño, caras enojadas, caras desesperadas... pero rara vez te encuentras con una sonrisa a esa hora.

El servicio público en el que muevo hace una parada importante en el Centro Comercial que se encuentra justo en el cruce de los ejes más transitados de esta ciudad, y es ahí donde mucha gente baja y el ambiente dentro del camión se vuelve mas tranquilo.

Por fin consigo un asiento y mis ojos no se separan de la ventana, mientras seguimos el camino no puedo mas que pensar en detalles sobre las cosas que tengo que hacer este día, y probablemente en ese curso la gente solo vea como cambian las expresiones de mi rostro mientras en mi cabeza solo pasan imágenes diferentes que seguramente acompañan a la secuencia de gestos.

Ya casi llegando a mi destino solo puedo ver el reloj, y mientras el camión se detiene la gente empieza a bajar, y yo espero sentada que se desocupe mas para no toparme con tanta gente en mi camino. Mientras bajaba escuchaba la voz de una niña, feliz, dirigiéndose a su mama mientras bajaba del camión y observaba su mano: -¡¡ya despertó mami!!. Mi curiosidad hizo que dirigiera mi vista hacia su mano para saber que quien había despertado era una semilla. La niña traía una gran semilla en la mano, que al parecer venia dormida y la niña estaba muy ansiosa por que despertara.

martes, 16 de agosto de 2011

Una gran conversación


No me gusta el silencio, de alguna manera cuando todo está quieto y no existe excitación en mis tímpanos suelo estar más alerta de lo normal. Una sensación de miedo suele invadirme y eso hace que todos mis sentidos estén al pendiente de cualquier estímulo que invada el espacio. Es por eso que suelo acompañarme de música a cada instante. Una vez que me levanto de la cama mi primera acción del día es prender el radio, solo para romper el silencio.

Ante un capricho de la red eléctrica de la zona en donde vivo (y nunca supe que la hizo enojar), un día decidió pasar más electrones de los debidos y mis aparatos eléctricos dejaron de funcionar, entre ellos, por supuesto, mi equipo de sonido.

Ayer mientras estaba en casa, después de un día completo de recreación, acomodando las cosas para empezar la semana de la mejor manera, el silencio que invade mi casa desde entonces se vio interrumpido por una onda sonora generada por la vibración de mis cuerdas vocales. Al percatarme de que estaba hablando sola no pude hacer otra cosa más que soltar una carcajada ante tal situación. He escuchado la frase de “pensaba en voz alta”, pero creo que lo que escuché sobrepasó por mucho esta expresión.

Me descubrí entablando una conversación conmigo, haciéndome preguntas, contestándolas y al mismo tiempo debatiendo mis propios argumentos.

- Candy: ¡estas loca!... pero eso ya lo sabias desde hace mucho tiempo… -

Pensaba, mientras continuaba con mis labores hogareñas esperando acabar pronto para poder irme a la cama. Al poco tiempo volví a percatarme de que mi cerebro, por alguna razón que no entiendo, seguía mandando la instrucción de que vocalizara mis pensamientos, así que en ese momento decidí que no lucharía mas contra esa fuerza extraña que me obliga a decir lo que pensaba, me senté en mi sillón favorito con una rica taza de café y me dispuse a hablar conmigo, con mis pensamientos y a enfrentar el corazón y la razón. No puedo negar que al principio me costó trabajo, pero después de un rato estaba completamente cómoda hablando para mi.

Muchas veces, cuando existen disyuntivas en tu vida, sueles encontrarles soluciones, pero necesitas que alguien externo a ti te diga que es lo que piensa y de esa manera validar que tus argumentos y tus decisiones son las correctas. Probablemente si ejercitamos este extraño hábito de hablar solos encontraremos en nosotros a esa persona que nos dice lo que piensa, y de esta manera darnos cuenta que lo que se nos ocurre son buenas soluciones, probablemente las mejores, si viene de adentro con una extraña mezcla entre razón y corazón no puede estar mal, y quien mejor que nosotros mismos para validar nuestras ideas.