Miércoles, 26 de marzo de 2014
Las relaciones públicas es, sin duda, una de las actividades que a veces me quita mas tiempo en mis días laborales. Tener las orejas bien abiertas a los largo del día para ver si hay alguien que pueda usar nuestros servicios, un proyecto emprendedor que podamos apoyar, un innovador que podamos impulsar... eso se vuelve parte de mi trabajo día con día, incluso en horas no laborales.
Amo esa parte de mi trabajo, me encanta generar nuevos contactos y conocer que es lo que está haciendo la gente a mi alrededor. Sé que hay miles de maneras de ponerse en contacto ahora, profesionalmente a través de LinkedIn, pasando una vCard a través de nuestros teléfonos inteligentes, o simplemente preguntándole a Google.
Pero las tarjetas de presentación, esas son otra historia. Me encanta coleccionarlas, ver que puedes descubrir de una persona a través de su tarjeta, aunque claro, cuando son institucionales nadie puede ponerle un granito de arena para hacerla diferente. Hoy recibí mis tarjetas de presentación y eso me hizo muy feliz. Eso significa que ya puedo ir por el mundo diciéndole a todos como localizarme. Has servido para tanto las tarjetas de presentación en mi vida, que a veces solo tengo que escribir en ellas pequeños recordatorios para saber quien es la persona y en donde la conocí, y eventualmente acabo contactando a todo mundo una vez mas.
Pero lo mejor, son esas cosas como hace algunos años, justo de la forma en que empezó el proyecto de "Qué Pinche Tino Tengo"... Estábamos en Clunny, uno de mis restaurantes favoritos en el DF. Como muchas veces, mi vida amorosa estaba en decadencia, pasando por una de tantas rupturas, y decidiendo como hacer para conocer gente nueva con la esperanza de encontrar un nuevo candidato. Ese día un chico fue quien atendió nuestra mesa. Un chico con el que no paré de reir durante todo el tiempo que nos dio el servicio. Muy atento, bastante amable en sus explicaciones, bromista ante cada pregunta pero respetuoso... y de nada mal ver. Al final de la comida, nos llegó la cuenta, pagamos con tarjeta, esperamos que nos trajeran en voucher y justo antes de irnos dije ¿por qué no?, así que le dejé una tarjeta de presentación junto con su propina.
La primera pregunta era ¿se atrevería a llamar? Ni siquiera sabía que era yo de las 5 personas que estaba en la mesa, pero valía la pena hacer el experimento.
A los dos días, o al día siguiente, sinceramente no recuerdo, empezaron los mensajes por el celular. -¿Como estas?-, -Lindo día-, -¿Cuando nos vemos?- y asi siguieron y siguieron los mensajes sin que nunca supiera su nombre y sin respuesta a mi pregunta insistente de saber su nombre.
Después de unas semanas, por fin me dijo que su nombre era exactamente el mismo nombre del tipo por el que días antes sufría... ¡qué pinche tino tengo!... así empezó, justo así empezó.
No me quejo, hasta la fecha es una persona que sigue en mi vida, con la que comparto historias y que me encanta tener cerca. Pero me cae que ¡qué pinche tino tengo!.
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