viernes, 2 de septiembre de 2011

Rodrigo estaba extremadamente aburrido. A ningún niño le gusta estar inmerso en una reunión de adultos, pero sus padres no encontraron con quien dejarlo y decidieron llevarlo con ellos esa noche.

Después de horas, la anfitriona le ofrece prender la tele en su habitación y él acepta. A esa hora pasan caricaturas muy viejas que a Rodrigo no le llaman la atención, pero decide acostarse en la cama y mirar la tele por un rato.

Poco tiempo después entra su mamá a la habitación, con el fin de cerciorarse que no este haciendo “nada malo” y llevarle un plato con algunos churritos fritos y un vaso con refresco.

Rodrigo le pregunta a su madre si aún falta mucho para que se vayan y ella contesta que un poco, pero que se quede calmado frente a la tele y que cualquier cosa ellos estarán abajo. Él responde con una mueca y observa como su madre sale de la habitación y cierra la puerta.

Es un niño inquieto, por lo que la tele no lo pudo mantener mucho tiempo sin buscar otra cosa que hacer y decidió explorar la habitación. Es una habitación bastante sencilla, no tiene libros con dibujitos, hay sólo dos cajitas con alhajas, algunas figuras de porcelana, un estuche de pinturas, algunos lápices pero no hojas para rayar y una que otra revista de modas.

Mientras esculca en el tocador, algo con forma circular llamó su atención. Estaba frente a un espejo bastante peculiar, al que puede darle vueltas sobre un eje y ver que en la otra cara hay un espejo más. Aunque eso no era lo mas maravilloso. Lo increíble de ese espejo es que después de darle varias vueltas se percató que la imagen que se reflejaba en uno de los lados no era normal. Lo analiza durante un largo rato, lo aleja, lo acerca, cambiaba su cara de lado, lo pone frente a sus ojos…

En la reunión los padres de Rodrigo empezaron a despedirse y decidí ir a avisarle que la hora de irse estaba muy cerca. Al abrir la puerta de la habitación me encontré a Rodrigo sentado en el tocador, frente al espejo, su mandíbula no podía abrirse mas porque sus labios se lo impedían.

Rodrigo estaba feliz, porque había descubierto que cada vez que acercaba uno de los churritos al espejo, éste aumentaba increíblemente de tamaño, y con semejante tamaño no le cabían en su boca normal, por lo que durante un largo rato estuvo haciendo esfuerzo sobrehumano, abriendo su boca lo mas grande que podía para poder comerse esos churritos que se volvieron gigantes frente al espejo de aumento que estaba en el tocador.

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