El hecho es que a veces llego a casa a trabajar y no necesariamente de cosas de la oficina, o si cosas de la oficina pero que me gusta profundizar por mi cuenta. Acostumbrada a tener un santuario para el trabajo, en cuanto llego a casa todo es un caos. Tengo a mis bellos mastodontes exigiendo atención y, no importa cuanto corran, jalen, carguen... en 20 minutos se cargan de energía de nuevo y vienen a mi con la pelota, el nudo, el hueso... cualquier cosa por llamar la atención.
Los adoro, en serio los adoro, pero hay días como hoy en lo que lo que necesito es un poco de espacio para concentrarme y acabar esa tarea que me he propuesto acabar en determinado día y, créanme, con dos mastodontes encima de ti eso es casi imposible.
La verdad es que no importa cuantas veces vea a Cesar Millan hacer su magia, me queda claro que no hay manera de que yo haga que mis perros se echen y estén quietos. No hay manera de decirles "stay" y que obedezcan, y juro que lo he intentado, aunque todo mundo sabe que la paciencia no es una de mis virtudes :P
Afortunadamente he encontrado a mis buenas amigas las carnazas gigantes. Son esos pedazos como de cuero que huelen horrible, con forma de hueso y que a los perrunos les encantan. Desde que ven que me acerco al lugar en dónde las guardo, estos rufianes manipuladores corren hacia mi y se echan moviendo sus colitas y poniendo esas caras de ternura porque saben que lo que sigue es una carnaza.
Despacio abro la bolsa, tomo una carnaza en cada mano y las escondo tras mi espalda en lo que logro que dejen de estar excitados, lo cual a veces puede tardar un buen tiempo, pero en serio vale la pena. Cada uno toma su carnaza lentamente y huyen a roerla como si fueran ratoncillos. Y ahí, justo ahí, cuando ya están echados uno junto al otro, carnaza en hocico, es cuando por fin llega la paz a la casa :)
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