miércoles, 28 de mayo de 2014
Hay cosas que se quedan contigo desde niños, y definitivamente el mordisco es una de esas cosas. Y juro que yo no soy dulcera, pero tengo una debilidad enorme por esa conjunción entre galleta aguada y helado de vainilla, que estoy segura es una conducta aprendida totalmente Pavloviana de la cual, por supuesto, no tengo recuerdo.
Supongo que mis padres me premiaban con mordiscos o me aplaudían con mordiscos, pero la debilidad por los mordiscos es una cosa incontrolable. En cuanto entro a la tienda trato de no acercarme al refrigerador, porque una vez que hago contacto visual con el mordisco, una serie de reacciones fisiológicas se desencadenan. Mis glándulas salivales empiezan a volverse locas, se me dilatan las pupilas, siento un deseo no controlado de morder un mordisco (valga la redundancia) y acabo abriendo el refrigerador para sacar uno...
Justo eso me pasó hoy, cuando solo entré a la tienda por un encargo, unas canelitas... y de repente el mugre refrigerador apareció frente a mi de la nada un mugre mordisco saco su mano y me gritó, juro que me gritó y me pedía, me suplicaba que lo llevara conmigo...
así fue, lo juro... y no pude dejarlo ahi solito, así que me lo traje :P
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